Solidaridad y suficiencia
¿Estamos aprendiendo algo que nos va a servir para afrontar la crisis climática?
Para muchos de nosotros, el mundo pareciera estar conteniendo la respiración, pareciera que estamos dando un paso fuera del tiempo. La vida social y económica se ha detenido o se ha reducido el flujo de un río caudaloso y contaminado a unos riachuelos que fluyen lentamente, girando alrededor de cada obstáculo. COVID-19 define actualmente el marco, y todo parece brotar de la pandemia o revolver alrededor de esta.
Por cierto, que algunas cosas no han cambiado. El Perú sigue albergando a una sociedad extremadamente desigual, con un racismo heredado de la Colonia, tan arraigado que casi es sobreentendido. La crisis nos ayuda a percibir este hecho de manera más descarnada. El virus no distingue clase social ni raza, pero sí las posibilidades de afrontarlo.
Pero aun así, hay asomos de solidaridad y de suficiencia. Muchas personas, que pueden, se quedan en casa para proteger a los vulnerables, hay muchas iniciativas creativas para ayudar a los más desvalidos, entre aquellas Mapa19. Es cierto que muchos se quedan en casa más por temor a las represalias que por apoyar, que muchos no pueden darse el lujo de quedarse y que la gran mayoría de las vastas fortunas siguen reposando impasibles en sus bóvedas o columnas de ceros virtuales, sin que se les ocurra a sus propietarios compartirlas con los que padecen carencias. Si apreciamos los porcentajes de desigualdad, constatamos que se mantiene el empinado desequilibrio de siempre, y que son moneditas lo que se suelta con cuentagotas para el lado ligero de la balanza. No obstante, permitámonos celebrar los múltiples brotes de solidaridad. También se ven diariamente ejemplos de solidaridad y de autogestión entre la población abandonada por las instituciones.
Por otro lado, la cuarentena propicia la emergencia de escenas cómicas, en ocasiones algo patéticas, protagonizadas por personas que viven en la burbuja del privilegio, que jamás habían aprendido a valerse por si mismas, a afrontar cosas tan básicas como cocinar. Tal vez algunas de ellas se dan ahora cuenta de que no es necesario desplazarse de restaurante en restaurante, delegar todos las labores del hogar, viajar persiguiendo cada anhelo. Si entrecerramos los ojos, atisbamos también aquí un asomo de suficiencia, de competencia, de darse abasto.
Solidaridad y suficiencia
Aprovechemos las mencionadas habilidades sociales, en algunos casos recientemente descubiertas, para superar no sólo la crisis del virus, sino también la crisis ecológica, climática. Este hecho, así como prestar atención a la opiniones versadas de la ciencia, esto es, pensar en grande, es lo que deberíamos incorporar a nuestro acervo. Específicamente, puede ayudar de inmediato la perduración de algunas medidas introducidas por la crisis, tales como las facilidades para que los limeños (esperamos que pronto las provincias hagan lo propio) se desplacen en bicicleta.
La sobriedad, detrás de la idea de suficiencia contradice el principio económico, que se basa en el crecimiento constante y en el postulado que el consumo hace felices a las personas, sobre todo en el Perú, donde la clase social define en gran medida la identidad, y donde el consumo es con frecuencia un medio para ascender socialmente, a ojos de los demás. Y esto pese a que todos los investigadores de felicidad sostienen lo contrario.
También hay estudios y teorías con resultados opuestos a la tesis que sólo el creciente consumo crea los puestos de trabajo necesarios.
Desafortunadamente, los ecologistas en particular, no nos atrevemos a identificar la suficiencia como un componente primordial de la solución de la crisis climática y ecológica, porque a diferencia de aludir a energías renovables o mejoras de la eficiencia, no se trata de estrategias técnicas de protección ambiental, sino de cambios de comportamiento. Sabemos de las resistencias que tales propuestas suscitan, también en nosotros mismos. En nuestro país, por mencionar algunos elementos, nos confrontamos con personas que han devenido arrogantes, que creen poseer todos los derechos, que pueden privarse de nada. De otro lado, nos topamos con un grupo mucho mayor que asume que lo único que le atañe son los problemas inmediatos de subsistencia y que los grandes asuntos sistémicos son responsabilidad de los que tienen más poder y que son los que deberían solucionarlos. Si bien es cierto que los países industrializados cargan una culpa mucho mayor y que tienen más poder para remediarlos, también lo es que nos toca a todos poner de nuestra parte y no abdicar de nuestra capacidad de pensar a largo plazo. No es posible delegar a otros la preparación para los cambios que acarreará un calentamiento de 2 grados o más. Basta con percatarse de los efectos visibles del incremento de 1 grado.
La crisis climática es mucho más grave para la humanidad que la pandemia actual. Ignorarla resulta, por cierto, menos arduo que hacerlo con la pandemia. Hundimos la cabeza en la arena y creemos librarnos de los estragos de un proceso lento y complejísimo. No se trata de un solo virus que afecte al mundo entero, sino de innumerables desencadenantes, entrelazados de manera enmarañada.
La relativa disposición de nuestra sociedad a enfrentar adecuadamente la crisis, atendiendo las recomendaciones científicas, dan pie a la esperanza de poder, una vez superada esta etapa, avanzar instalando los cambios indispensables de conducta, ilimitados en el tiempo, que requiere la emergencia climática y ecológica.
Cuán indispensable es la solidaridad, cuán superfluos son algunos consumos: la población y los políticos no debemos olvidar este conocimiento después de la crisis actual, para que el viejo ciclo no vuelva a comenzar sin ser renovado y examinado. La población no debe permitir que los políticos lo olviden. Si logramos que esta nueva sabiduría eche raíces dentro de nosotros y crezca, podremos entrever rasgos fundamentales de una sociedad más madura, en mejores condiciones de hacer frente a la crisis climática.